Hay dos formas de ver la vida que pasa ante nuestros ojos: en positivo o en negativo. Al final todo se reduce a nuestra actitud ante ella. Infinidad de aspectos escapan a nuestro alcance y lo único que podemos hacer es enfocarlos con una actitud u otra.

¿Qué prefieres ver, alegría o tristeza?, ¿ilusión o desesperanza?, ¿apatía o ganas de vivir?, ¿injusticia o solidaridad? Pero no se trata de ver solo aquello que nos gusta apartando la mirada de lo que preferimos no contemplar. En realidad la aventura de la vida es transformar aquello que nos disgusta con nuestra mirada, cambiando el mundo a nuestro paso.

Por eso, el cambio empieza en una misma, es un ejercicio de psicología, puedes empezar por proyectar a los demás aquello que siempre has querido que vean en ti. Más que un simple espejismo, un reflejo de tu auténtico yo: positivo, lleno de energía y dispuesto a dejar huella. Una personalidad construida con convicción desde sus cimientos, que se deja ver también por fuera en tu forma de vestir, en tus complementos y en tu lenguaje verbal y corporal.

¿Y qué decir del entorno que te rodea? Si no te gusta aquello que ves, dale la vuelta, aporta tu granito de arena y haz que las cosas cambien. Todos formamos parte del mundo que tenemos ante nosotros y, lejos de ser meros espectadores, tenemos a nuestro alcance la posibilidad de interactuar con él. ¿Cómo te gustaría ver esto o aquello? Si lo tienes claro no esperes a que las cosas se transformen por sí mismas. Cambia el prisma con que lo miras todo -incluida a ti misma- y atrévete a encender la chispa que marcará la diferencia.

Hay dos formas de ver la vida. Tú eliges cuál quieres para ti y para todas aquellas personas que te rodean.