La vida de Héctor habría acabado en su pueblo vasco sin grandes cambios si las circunstancias no le hubiesen obligado a marcharse de allí e instalarse en casa de su único hijo, con el que mantiene una relación muy distante. Héctor conseguirá sobreponerse a este gran cambio con la ayuda de varios aliados. Su nuera Laura le empujará a reconciliarse con su hijo. Su nieto Bruno descubrirá en los valores de su abuelo la valentía para enfrentarse a los chicos que le acosan en el instituto; a cambio, le ayudará a conseguir a la dicharachera y vitalista Clara, gracias a la cual Héctor vuelve a confiar en el amor, un sentimiento adormecido desde hacía mucho tiempo.
Siempre hay tiempo (Héctor y Bruno)
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